Los lugares de trabajo requieren
ser cuidadosamente concebidos para que el trabajo se pueda realizar de manera
segura y saludable, facilitándose que el trabajador pueda recuperarse de la
fatiga acumulada que éste comporta con las pausas necesarias y en el lugar
idóneo. Los lugares de descanso no pueden ser, ni desconsiderados, ni tratados
de manera independiente al tipo de actividad.
Merecen un tratamiento especial e
integral, por la dignidad del propio trabajo y de quienes lo ejecutan, y
además, por necesidades de productividad.
La persona permanece en el centro
de trabajo durante toda o la mayor parte de su jornada laboral, salvo que el
trabajo se realice en el exterior. Durante este tiempo de permanencia debe
realizar diversidad de actividades, algunas colectivas, como reunirse o
formarse; pero también tiene que satisfacer necesidades personales, unas
meramente fisiológicas (descansar, comer, asearse,...) y otras de carácter
psicosocial, en base a sus propias necesidades de relación. Ello es esencial
para que la empresa sea saludable y eficiente.
La fatiga representa una
disminución involuntaria de la resistencia y de la capacidad de trabajo y el
trabajador responde a la misma de una manera consciente, aprovechando los
medios disponibles, o bien inconscientemente, con pérdida de capacidades,
desatención a sus menesteres y en último término con deterioro de su bienestar.
Lamentablemente, muchísimo tiempo
se pierde en las organizaciones por actuaciones no productivas y que tampoco
sirven para un descanso efectivo y estimulante. La razón es múltiple, muchas
veces se encuentra en: la falta de contenido enriquecedor del trabajo o la no
identificación del trabajador con sus cometidos; otras, la no debida
planificación del trabajo, no disponiendo los trabajadores de la autonomía
necesaria para organizar sus tiempos de trabajo.
Una buena planificación del
tiempo de trabajo y de descanso comporta mayor eficiencia productiva y
obviamente, menor fatiga, con un mejor control de la misma.
Existe el supuesto de creer que
el descanso, aunque necesario, representa un tiempo improductivo en el trabajo,
o sea, un tiempo perdido, y por ello, ni las pausas suelen ser debidamente
consideradas, ni los espacios destinados a tal función lucen por su calidad,
cuando existen. Ello es propio de una “mercantilización” del tiempo de
trabajo que lleva a desvalorizar todo aquello que no se perciba como
directamente productivo, sin cuidarse suficientemente el conjunto de
actividades colaterales, organizativas y personales que conducen a la eficiencia,
la creatividad y la productividad.
Dejar por un tiempo de trabajar
en una determinada actividad para descansar o hacer otra actividad
compatible con el descanso, no es perder el tiempo; es abrir nuevas
posibilidades, que además de relajar o distraer, pueden también enriquecer la
propia actividad laboral.
Además, el descanso en un entorno
agradable y compartido facilita la conversación informal y el acercamiento
amigable entre personas -algo también importante para la organización- que en
el lugar de trabajo muchas veces no es tan fácil de producir por condicionantes
del propio trabajo o por su limitado círculo de relaciones.
Una actividad laboral con notorio
esfuerzo físico demanda reposo o poder realizar algunos ejercicios y terapias
de recuperación. Además, podrían permitirse algunas actividades de componente
intelectual (música relajante, lectura, conversación, consultas y juegos
informáticos, etc.). Por otra parte, una actividad mental intensa reclama un
descanso en el que puede ser recomendable cierto ejercicio físico (masajes, paseo,
ejercicios de gimnasia o relajación o incluso alguna práctica deportiva).
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